sábado, 5 de noviembre de 2016

 De niña, miraba al cielo y jugaba a las damas con la nubes. Nada original por que en la infancia es un ejercicio visual bastante habitual.
Solía correr por los campos y trepar a los árboles con una agilidad desbordada de vitalidad. Sentada en la rama mas acogedora pero no la mas alta, inventaba todo tipo de historias y hasta llegaba a escenificarlas. Conseguía ser todos y cada uno de los personajes con diferentes tonos de voz.
Al crecer tuve la imperiosa necesidad de contar lo que pasaba por mi cabeza mediante la escritura para ello tomaba algo de comer de la despensa, lápiz y papel y me alejaba del mundo durante horas.  Conmigo siempre iban una prenda especial que acompañaba y guardaba todos los sentimientos o  un objeto pleno de recuerdos y emociones.  En la niñez una bufanda, en la adolescencia el anillo de cobre que tiró a la basura mi primer amor y que recogí como si fuera de oro. En la juventud la camisa que me trajo de Inglaterra el chico que robó mi primer beso y por el que tantas lágrimas derramé.
 En la madurez  me acompañé de mi misma... quizá porque descubrí que es lo único realmente valioso que irá conmigo hasta el final de los días.
Hoy me he puesto el chaleco de mi padre que, a pesar de los años, aún conserva su aroma y...escribo en la soledad de la tarde. Escribo para mí, entre el silencio de las horas que caminan despacio como caracoles perezosos.

El cuadro del invierno aun duerme en el estudio esperando el despertar de mis pinceles. No tengo prisa. Se está formando suavemente sobre el torbellino de la creatividad que conforma mi mente...cuando se encuentre preparado tomará mis manos, sentará mi cuerpo frente al caballete y dará libertad a la creación engendrada en mis entrañas.
Mientras, seguiré escribiendo

Todo llega en el momento apropiado..Todo.
Esperaré en la cima de la esperanza.

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