domingo, 16 de abril de 2017

Aquellas mañanas eran gloriosas.
El barrio estaba bañado por una luz amarillenta y limpia.
Los domingos eran amarillos, sin embargo el resto de los días eran anodinos...ni brillaban, ni desprendían aromas ni empujaban a la dicha hasta que llegó él con su sonrisa. En ese instante comenzaron los suspiros, el deseo por salir a la calle, caminar hasta la parada del autobús y la esperanza del encuentro.
Los domingos dejaron ser dueños absolutos de ese color luz. Cada hora de la semana tintineaba como una vela permanentemente encendida.

Yo lo amaba.
De una manera limpia, sana.
Adormecida entre sueños y vida latente.
Sujeta al pico mas luminoso de mi estrella.

Escribía su nombre con diversas caligrafías y a continuación el mío. Mezclaba nuestras letras diseñando un jeroglífico secreto de amor y misterio que solo yo pudiera utilizar. Escribía textos acompañados de dibujos sencillos para él y por él. Nunca se los mostré pero si los guardé.
Hace meses, en un traslado de casa, salieron a la luz. Sabía perfectamente donde estaban, No hubo sorpresa en el encuentro. Sentada entre cajas de embalaje tuve en mis manos, tras muchos años de separación, aquellos cuadernos de tapas azules.
Mentiría si no dijera que el corazón comenzó a latir... Nadie sabe guardar las emociones como el.

Y...al leerme
Volví a amarlo
A jugar instintivamente, con las letras de nuestros nombres
Su imagen anidó en mis pupilas.
Imposible no dibujar una sonrisa en el alma.

La vida. Al menos la mía, es una ristra de sensaciones que moldea con arcilla los días y los ilumina como lo hacía con las mañana de domingo en el barrio.




2 comentarios: