domingo, 25 de junio de 2017

Se encuentra la tarde sujeta con alfileres de cristal, frágil, silenciosa perdida sobre un círculo que se difumina por la neblina de las horas. 
Nada es como se imagina, ni siquiera las flores de la planta que año tras año adorna nuestro jardín. Nada es lo que parece. 
Nada.
El cielo se ha nublado repentinamente dejando un aire caliente que abrasa la piel. 
Si todo hubiera seguido su curso normal, en este instante mis ojos estarían borrachos de arte, de pinceladas, de cuadros renacentistas. Se pasearían inquietos por la Galería de los Uffizi desplegando sonrisas y el corazón rebosante de alegría, lejos de esta lluvia que anega el sentimiento, fuera de la sensación de abandono que palpita hasta el dolor.
La luz de la Toscana es anaranjada, su intensidad recorta las sombras sobre los campos. Siempre me gustó Italia. Callejeando encontré el amor y fui amada con pasión. De aquello hace muchos años, tantos que parece no haber existido.
En este instante debería estar apoyada en una de la ventanas de los Uffizi, disfrutando del velo misterioso que deja el sol sobre el Puente Vecchio.
Tendría que haber estado allí.
Me esperaban, sin embargo...
permanezco sumergida en la tarde, sujeta con alfileres de cristal, frágil como una lagrima de hielo.